Editorial

Hay que meditar

Estamos al inicio de lo que la fe cristiana llama la Semana Santa o Semana Mayor. Es el momento crucial en que todos los creyente en nuestro Señor Jesucristo, hacen memoria del sacrificio hecho por él hace más de dos mil años. Y es que no solo hacer memoria de ese momento importante la cristiandad, sino el saber que su pasión y muerte debe impulsarnos a seguir sus pasos, pero no solo seguirlo por seguirlo, sino imitar cada una de sus obras, algo que es muy difícil, pero no imposible.

Esta Semana Santa, en lugar de tomar camino a las playas y balnearios para disfrutar de un momento con la familia, deberíamos de reunirnos en casa y analizar nuestros pasos sobre esta tierra y ver si realmente estamos cumpliendo con lo que nos manda la fe cristiana, y no solo ser simples religiosos. Ver, si realmente hemos aceptado a Jesús como nuestro único y suficiente Salvador. Que si realmente tratamos de seguirlo, porque no es solo ir para esta época a llevar en hombros una imagen en un cortejo procesional, lo que nos va a salvar.

Es saber que Él vive en nuestros corazones, y que su palabra nos ha hecho cambiar y que su sacrificio hecho en la cruz, no fue en vano. Porque si así lo hacemos, vamos a enderezar nuestros pasos, y los cientos de personas que están dedicadas a hacer el mal, se den cuenta que aún tienen la esperanza de cambiar sus vidas, y que aunque deban pagar por sus malas acciones, Jesús en su misericordia nos da la oportunidad de arrepentirnos y pedirle perdón por nuestros pecados, allí nace la relación personal.

Si todos los guatemaltecos lo hiciéramos, el buscar a Dios, Guatemala dejaría de ser un país lleno de violencia, aquellos jóvenes que han desviado sus pasos y se han dejado llevar por la senda del mal, tendrían una nueva oportunidad de vida, al acercarse a Dios, y saber que Él tiene sus brazos extendidos para recibir a todo aquel que cansado de la vida, y de sus malas acciones lo busca.

Esta semana puede marcar un cambio en la vida de cada ciudadano, si así lo desea y se lo propone, porque Dios no obliga a nadie a dejar su mal camino, porque para eso nos dejó el libre albedrío.

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