Entrevista con Regina Solís Miranda
Las manifestaciones, un ejercicio de humanidad, por Gerardo Guinea Diez
Hoy se presentará La fuerza de las plazas (Bitácora de la indignación ciudadana en 2015), editado por la Fundación Friedrich Eberte y compilado por Regina Solís Miranda, le da espacio a multiples actores y testigos de aquellos días que conmovieron a Guatemala
—¿De qué va La fuerza de las plazas?
Esta compilación busca dar un panorama general de qué fue y cómo se vivió lo sucedido en el 2015. A través de diez investigaciones periodísticas, dos ensayos analíticos y once relatos vivenciales, intentamos tomar una fotografía de las movilizaciones y cristalizar el momento desde la diversidad de miradas e interpretaciones. Claramente no existe una lectura única de lo acontecido, y esa es la riqueza de este libro. Se priorizaron los relatos de actores que tomaron la decisión de politizarse durante la crisis del año pasado, personas que emergen como sujetos/as políticos/as desarrollando una narrativa que convocara; sin dejar de lado el espacio de las resistencias indígenas y campesinas, históricas y resilientes. Contamos con la descripción de las experiencias de medianas empresas, pasando por resistencias pacíficas, universitarios/as y organizaciones rurales que se alían para dar paso a una posibilidad de converger y zurcir el tejido social.
Los artículos seleccionados corresponden, en su mayoría, a medios alternativos, no tradicionales. Esto habla también del rol de las comunicaciones durante las jornadas de protesta. Las personas que tenían acceso constante al Internet buscaban nuevas opciones, existía una sed de información objetiva que permitiera explicar los aparentes cambios en el país. Mediante estas investigaciones se intenta hacer una línea del tiempo explicando los acontecimientos que fueron marcando la coyuntura.
Asimismo, los ensayos analíticos publicados en esta compilación permiten tener dos explicaciones de lo que fue la crisis del 2015. Una, un recuento histórico desde los grupos de poder en el país y sus relaciones geopolíticas; y otra una crítica a la construcción del Estado que se desarrolló a partir de los intereses de las élites desde la colonia. Ambos ensayos complementarios entre sí.
—¿Qué significa “cuerpos emplazados?
Son un espacio de encuentro, imaginate rodeado de miles de personas (algunas más similares a vos que otras) que nunca antes habías visto en tu vida, pero que ahora gritan al unísono a tu par.
En las manifestaciones históricas han existido diversas razones políticas, pero algo las hace similares: los cuerpos se aglutinan, se mueven y comunican reclamando un espacio público específico. Toda acción política requiere un espacio de representación. Los cuerpos emplazados son eso: la toma del espacio público desde la acción colectiva que permite el reconocimiento del otro, de la otra, desde la convergencia física, a la par, hombro a hombro. Los cuerpos emplazados ejemplifican que, quienes convergen en los espacios públicos (plazas, calles, frente a edificios de gobierno), no se reducen a un único modelo de subjetividad política, sin embargo reconocen una vulnerabilidad común, no igual, frente al sistema, construyendo elementos identitarios compartidos.
El espacio existe en la medida en que se interactúa con él; por eso las manifestaciones en las plazas y las calles son acciones colectivas que otorgan significado a los lugares tomados, cuestionando la idea lineal del orden y las comunicaciones burocráticas tradicionales.
—Más allá de lo simbólico, ¿qué encontró en La Plaza?
En la La Plaza (como le llamamos ahora) encontré posibilidades. Es decir, volver a creer en la manifestación pública y masiva como una estrategia legítima de demanda. La Plaza no es solamente simbólica, es algo concreto, corpóreo, que devolvió al imaginario de los y las guatemaltecas una posibilidad. Recuerdo que en ocasiones, cuando manifestábamos frente al Congreso, algunos chavitos de los institutos pasaban viéndonos. Esto, de alguna manera, reafirmó en su mente la posibilidad de la organización colectiva y la toma del espacio público como un hecho político y con resultados tangibles.
En las plazas encontramos nuevas amistades, vecinos/as, personas que quizá nunca hubiéramos conocido de otra manera. Esto quiere decir que las plazas contribuyen a que esos cuerpos y sus historias, se reencuentren y dialoguen después de una historia de divisionismos y silencios. También encontramos capacidades, colectivas e individuales, que quizá nunca imaginamos tener.
La Plaza no es un romanticismo nostálgico, continúa siendo una estrategia, una demostración de fuerza, organización y resistencia.
—Sin duda, desde hace muchos años, perdimos la calle, ¿es posible recuperarla?
No dudo que esté sucediendo. Es un proceso lento, pero sostenido. La recuperación de la calle implica un sentimiento de comunidad, que poco a poco debemos construir.
—En esos exaltados días, ¿de verdad pudo atisbar la otredad?, esa vieja discordia que nos atenaza
En cierta medida. Es decir, las manifestaciones aquí, en La Plaza central, tuvieron mayoritariamente la asistencia de personas con identidades similares. Por supuesto que en ocasiones pudimos observar también a algunas autoridades ancestrales. Sin embargo, a pesar de ser en su mayoría personas de clase media urbana, pocas veces en los últimos años nos habíamos reconocido entre nosotras mismas; funcionó como un detonador de conciencia colectiva de autoconocimiento, de asumir nuestra historia y construir con base en ella y las posibilidades que conlleva.
—Algunos sostienen que no es una crisis, sino es el sistema, ¿cómo lo ve desde su trabajo como compiladora de este libro?
La compilación recoge las indignación ante las injusticias cotidianas vividas en el país.
Si partimos de la noción que un sistema es el conjunto de principios fundacionales, instituciones y normas que regulan la dinámica social, es imposible negar que la crisis es del sistema. Los pactos sobre los cuales se basa el Estado guatemalteco son de herencia colonial, esto implica que conlleva prácticas racistas, patriarcales y de pésima distribución de la riqueza. Son pactos de las élites, principalmente económicas, para conservar su poder real. Cuando decimos que ese sistema está en crisis, no nos referimos únicamente a que está a punto de estallar, de quebrantarse, sino a que está en crisis en términos concretos de la vida de la mayoría de personas en el país. Está en crisis porque no resuelve las necesidades de la población, y de alguna manera eso se refleja en el libro.
—¿Cómo fue enfrentarse a diversidad de voces, ojos, palabras, para explicar las manifestaciones, además, inéditas durante décadas?
Un ejercicio constante de humanidad. Durante todo el proceso intenté ser capaz de comprender la historia de quien entrevistaba, la historia también detrás del texto. Me sorprendió ver que muchos de estas voces tan diversas, en contextos tan distintos, comenzaban a mencionarse mutuamente entre los relatos. Ese es un hecho sumamente esperanzador, porque conlleva la reconstrucción de redes organizativas que pueden generar propuestas de país. Existe un reconocimiento compartido de la vulnerabilidad que implica la continuidad de un aparato estatal débil, corrompido (sin olvidar a los corruptores), conservador y criminal.
Enfrentarme a esa diversidad, además de haber sido una magnifica oportunidad de aprendizaje, reafirmó que existen convergencias innegable como la necesidad de priorizar la salud, la educación y el medio ambiente.
—¿Cómo lidiar con el enojo ciudadano, la indignación sin caer en la ingenuidad?
Es complejo hablar de “enojo ciudadano”, así nomás, sin matizar. Es claro que el enojo y la indignación no son lo mismo si vivís en un área urbana, con acceso constante a agua potable y a educación superior. Considero que la ingenuidad en la lucha política puede estar ligada a los niveles de privilegios que poseemos. Por eso, el mejor antídoto en contra de la ingenuidad son las alianzas intersectoriales e interpoblaciones. Solamente así, dejaremos de lado la lucha política abstracta para generar estrategias de lucha política concreta y que tengan un impacto real en la vida cotidiana de la población. Sin eso en mente, todo enojo será ingenuo.
—Habla de cosecha. ¿Cuál es la más significativa, según usted?
El título de la breve introducción que escribí para el libro es más una aspiración que una realidad ¿qué obtendremos de este proceso? Esa es la pregunta que implica plantearse estrategias realistas, sin perder las esperanzas. La cosecha tangible tomará más tiempo que un año. Hasta ahora, considero que lo que tenemos son los cimientos (aún en construcción) de organizaciones políticas nuevas y con una visión más humana del Estado.
—¿De verdad cree que los pactos entre las élites están en crisis?
El pacto entre las élites políticas nacionales, más que entre las económicas. Los operadores políticos se encuentran en la luz pública, son visibles y son quienes han protagonizado los escándalos de corrupción. Sin embargo, como bien ha demostrado el caso “Cooptación del Estado” son las élites económicas quienes dan el financiamiento para estos proyectos políticos totalmente desvirtuados y corrompidos. Ese pacto entre los capitales más fuertes del país, continúa vigente.
—¿Podría enumerar cuáles son los “nuevos proyectos políticos que florecen”?
La organización indígena y campesina se ha mantenido a lo largo de la historia y ha sido resiliente. Sin embargo, un proyecto como la Asamblea Social y Popular que intenta construir acuerdos entre organizaciones de diferentes territorios, es una red que ha logrado articular a jóvenes y a ancianos de áreas rurales y que tiene la potencialidad de inclinar balanzas. Asimismo las organizaciones que surgen en el 2015 en las diferentes cabeceras municipales, como VOS Xela, Despierta Huehue, y Voz de Cambio Reu. No podemos olvidar el importante papel que ha jugado Justicia Ya como colectivo que ha asumido la responsabilidad de informar de forma interactiva sobre el acontecer nacional.
Existen otros proyectos políticos que comenzaron previo a la crisis, pero que se hacen más visibles en ese momento. Tal es el caso de SEMILLA, liderado por intelectuales reconocidos , con claras intenciones a convertirse en un partido político; y existe también la plataforma política SOMOS, quienes le apostamos a la construcción de fuerza social a través del arte y la discusión política para luego llegar a un debate para determinar la participación como un vehículo electoral.
Todos estos son algunos de los proyectos en los que tengo puestas mis esperanzas (varias).
—¿Sigue siendo posible salirse de las fronteras o etiquetas ideológicas?
Es un debate complejo y vigente. En lo personal, considero que más allá de las categorías ideológicas (vaciadas de contenido a nivel del imaginario social de la población) el debate debería llevarse a lo concreto, a lo que realmente mejoraría la calidad de vida de las personas. Sin embargo, también existe la postura que sostiene que sin una categoría ideológica definida un proyecto político no avanzará hacia nada claro. En conclusión, todo depende de qué lucha se quiera librar: por conceptos o por realidades; lo ideal sería ser lo suficientemente creativas para poder hacer una síntesis entre ambas.
—Hay un hermoso libro de Francisco Umbral, se titula Ser de lejanías. Hay una frase que usted usa y que da pauta a preguntarle: ¿qué es “la tradición de lejanías”?, como escribe en alguna de las páginas de este libro.
En el texto menciono la “tradición de lejanías impuestas”. Ésta hace referencia a la naturalizada e histórica dinámica social de segregación. Existen pocos espacios de convergencia. Lo público se ha percibido como caridad, no como un lugar de encuentro. Entonces, al hablar de tradición de lejanías impuestas, no puedo más que aludir a la poca comprensión que tenemos del otro, de la otra, porque se nos ha dado la oportunidad de convivir. En esa lógica, lo diferente es considerado un problema que genera temor, en lugar de una posibilidad. La política surge de la interacción entre humanos, se establece como una relación, por eso romper con las lejanías impuestas es sumamente emancipador.