¿Hacia dónde vamos con tanta violencia?
Basta leer los periódicos cada día, escuchar o ver las noticias, para darnos cuentas de que las cifras de la violencia son escalofriantes y que toda la población, quienes más, quienes menos, vive angustiada por lo que implica vivir bajo constante peligro.
Según los datos más recientes de organizaciones de Derechos Humanos y de las mismas autoridades, la tasa de homicidios a nivel nacional asciende a 35 por cada 100 mil habitantes, lo que significa que a más de 5 mil 600 ciudadanos les arrebatan la vida en un año.
Además, el deterioro está a la orden del día, pues la crueldad y la saña de los criminales parece no tener límite, como se ha visto en las últimas semanas, cuando muchas de las víctimas han sido mujeres y niños.
Aparte de las constantes extorsiones, que se han convertido en una de las mayores causas de los ataques indiscriminados, hoy se suman los ajustes de cuentas y venganzas entre pandilleros, quienes no dudan en darle muerte a los parientes de sus enemigos, aunque ello implique exterminar a familias enteras o a jóvenes de ambos sexos que no tienen nada qué ver con el problema.
Como refieren muchos testigos y pobladores, las pandillas se han adueñados de barrios y colonias enteras, convirtiendo la existencia en algo enfermizo y frágil.
Continuar en ese carrusel es inviable e insano. Lo que piden los guatemaltecos es una oleada de esperanza, vida y ríos de bienaventuranza. La pesadilla de la criminalidad avasalla cualquier pacto de convivencia social, pone en riesgo el futuro mismo y agota el más corajudo empeño por el entusiasmo, sin que el Estado haga esfuerzos efectivos por detener la masacre.